Símbolo de la guerra y el caos, el filósofo Heráclito de Éfeso lo consideraba representación del cambio y la mutabilidad. En diversas culturas tiene un carácter dual, pues lo relacionan con la purificación, la regeneración, el hogar, el corazón y el amor divino. En el caso del fuego producido por el hombre es signo de civilización y progreso, como en el mito de Prometeo. En la religión católica está relacionado con el Infierno y el castigo a los pecadores, pero también con la presencia de Dios en el corazón de los santos. Hoy día una flama siempre viva –como la de la columna de la Independencia– manifiesta la persistencia de un ideal.